domingo, 6 de diciembre de 2015

Perdona, pero te quiero.

Debía haberte hablado de la hipocresía de mis palabras cuando no quieren decir nada acerca de su significado.
Debía seguir eludiendo sentimientos y engañándome a mi misma  para no sentir ni el cómo ni el cuánto de lo que te quiero.
Debía haberte contado que no me gustan los peluches, ni el espacio, ni el silencio.
Pero déjame ahora tener cinco minutos a solas con tu pecho.
Anoche no pude contarle cuánto le echo de menos al despertar de ese mal sueño que trata de tu ausencia.

Tuvimos poco tiempo y muchos miedos.
Escribir siempre ha sido mi forma más valiente de reconocer cuanto se ahoga en mi garganta.
Te quiero.
Y no sé que es peor, si que a veces me guste más creerme tuya que saberme mía o intentar huir siempre que soy consciente de ello.
He repasado tu sonrisa en mi cabeza, cada surco de tu cuerpo y las protuberancias que conforma tu piel en cada roce. 
Me he aprendido de memoria tu sonrisa y siento si la mía depende de no tener que memorizarla.
Me he encontrado en cada pliegue de tus brazos cuando me han sostenido junto a ti, en cada abrazo, en cada caricia y en cada beso. 
Nunca me había visto tan real.
Perdona entonces que ahora no quiera soltarte. 
Es egoísta por mi parte privar al mundo del olor de tu pelo y de la inocencia que se esconde en tu mirada.
Nunca te he hablado de tus ojos y del salvavidas que supone ver mi reflejo en ellos.
De imaginarte en el mar y escuchar tus carcajadas de eco compitiendo con el sonido de las propias olas.
De imaginarte en futuro y creerte conmigo.
De tenerme miedo a mi misma, a la cordura y a la nada. 
De ser esa muñeca movida por los hilos de cada uno de tus movimientos.
De sincronizar mi respiración a la tuya por si me ahogo si deja de ser tu oxígeno el que entra en mis pulmones.
Debía haberte dicho que te quería, pero no por ti, ni por nosotros, que te quería por mi mima.
Y que dolía.
Perdona sin embargo, ocultarte el plan de cómo hacerme con tu corazón, pretendiendo así ser una parte de ti.
De despertenecernos a partes iguales.
Perdona entonces el silencio de todo cuando debí haberte contado.

Debía haberte explicado que no todo lo que decía era real.
Las veces que quise huir de no saber quererte cuando no tuviera cómo hacerlo.
Debía haberte contado el miedo que me provocaba tu toma de control a tierra y las rutinas.
La contradicción del querer ser, al sentir cuanto siento.
Debía haberte hablado de mi intento frustrado de verme sin ti y de que mi equilibrio no radicara en los argumentos que sostienes para mantenerte a mi lado.
De cuanto espero a que de repente no seas tú y seas uno más.
De la incógnita que supone la espera a que cualquier día de estos desaparezcas.


Entonces vuelve tu pecho y me alivia las penas.
Me calienta los miedos y se tatúa mi nombre a saliva lenta.
Y te siento mío.
Quizás no como debiera.
Quizás ni siquiera como quieres, pero lo suficiente como para oír mi corazón en tu pecho.







viernes, 13 de noviembre de 2015

Dicotomia

Mirar el pasado es como una película infinita donde siempre hay un recuerdo que me aleja de tu existencia.
En blanco y negro.
Sin olores.
He vuelto a escuchar esa canción. Esa misma con la que me sacaste a bailar en un verano del noventa y dos.
Quisiera volver.
Volver para sentir mía esa sonrisa. 
Para vibrar en cada carcajada.

El humo atasca mis pulmones y los dedos golpean las teclas como huyendo de la comprensión de cada palabra.
No quieren teclear tu nombre.
Trato de contarte algo que ni yo mismo entiendo cuando solo quería contar los días a tu lado.
Ahora cuento las horas. Por si acaso algún día vuelves y puedo decirte que han sido setecientas ochenta y seis.
Las veces que te he maldecido.
El reloj lo paré justo en el momento en que cruzaste el umbral de la puerta, sabiendo que te llevabas una parte de mi contigo. Como si el no correr de las agujas significara nada.
Miraste hacia atrás con la maleta en la mano. Yo fumaba y sentía morir el pecho, pero te dije: lárgate. Y aún no has vuelto.



Y no he vuelto por si recuperaste la mitad del niño que perdiste a mi lado. Por si te veo sonreír cuando me veas sin reconocerme, sin reparar en mi presencia, justo ahí. En la estación de metro por la que pasas cada mañana.
Te he visto envejecer todos los lunes de cada mes. 
He visto como se sumaban las arrugas en tu cara y en tus camisas. 
Y es estúpido el pensar que pienso que aún sigues queriendo pensar en mí.
Aún no he deshecho la maleta ni he reconstruido nuestra fotografía. 
Es mejor así, vernos tal y como somos ahora, dos personas vacías a trozos.
Tan a trozos como ha pasado el tiempo. Deteniéndose en cada afasia, en cada recuerdo, en cada esquina y en cada noche desde que la culpabilidad se ha adueñado de mis piernas.
Quizás como esas cadenas que me impiden volver a mirarte a los ojos.


Perdóname por no hacerte feliz.


Perdona mi excesiva necesidad de tenerte a mi lado.


Perdóname por no saber querer.


Perdona por no haber sabido llenar tus vacíos ni empequeñecer tus abismos.


Perdóname por estar escribiéndote esto ahora mismo y no tener el valor suficiente para buscarte.


Pero sobretodo perdona mi cobardía.
(PUNTO).




miércoles, 2 de septiembre de 2015

A quien pueda oírme

Voy a intentar hablarte sin voz.
Callarte sin silencios.
Besarme sin tus labios.
Dolerme sin ti. Ni por ti. Ni con pecho. Ni con lágrimas.
Romperme.

Voy a intentar romperme sin destrozos.

Decirte que yo lo que quería es que me llamaras puta.
(Tres veces. O las que quisieras)
Que me desearas.
Que me mataras.
Que me olvidaras de mi. Del pasado, del futuro y de mi nombre.
Estrellarme en esa curva que algunos llaman tu sonrisa.
Y asfixiarme.

De ti.
De mi.
De nosotros.

Asfixiarme.


Y ahora me ahogo contigo y sin ti.
Dime entonces qué hago.

Cómo buscarme si solo me encuentro en los recovecos de tu cuerpo.
En tus costados.
Respirando de ti, y ahogándome cuando no me ves. Cuando no me buscas.

Yo lo que quería es que me llamaras puta.
Conocerte.
Y desconocernos.
Que me besaras aunque doliera.
Y ahora me duele pero no están tus labios.

Voy a intentar romperme sin destrozos.
Pero perdona, si aún así alguno de ellos te salpica.


sábado, 8 de agosto de 2015

Déjale hablar al corazón. Ella.

La he visto abrirse las costuras en una cama, con la misma facilidad que se abrió de piernas al intuir su nombre en un futuro reciente algo estable. A punto de llegar al orgasmo de tanto dolor. 
Él, sin embargo, desconocía sus heridas así como su nombre.

`El desconocimiento es la base de la felicidad´ le susurraba al oído ella cada vez que le preguntaba sobre su pasado. Luego le mordía la oreja y acababan desnudos en el suelo.

Entonces yo me preguntaba qué tan vacía estaba ella, pero tampoco respondía. Y eso justo, el silencio, me hablaba de que el dolor estaba dentro. 
La he visto ponerse los tacones y pintarse los labios de carmín. Él, ni si quiera se daba cuenta de que intentaba ocultar las cicatrices de todos los besos afilados que un día le robaron. 
Caminaba por inercia pisando las alcantarillas para dejar constancia que no podía caer más bajo. Que lo de perderse a sí misma era un trabajo con sus medidas, ni noventa-sesenta-noventa ni chorradas. Su nombre. Ella.
Yo la he visto mirarse en un espejo y taparse la cara con el pelo en uno de sus ataques de rabia, he visto sus lágrimas y como se perdía para no encontrarse. Para no mirarse frente a un espejo.
Hubiera matado por decirle que era yo y no el chico de las cartas o aquel otro bailarín, que no era el que conoció aquella noche de verano ni ese otro de las promesas. Que ellos nunca existieron. Ni ellos ni su puta madre. 
Que me tiene a mi aunque no lo sepa, aunque no lo vea, aunque no se vea ni se encuentre ella.
Que me tiene a mí clavado en el pecho y bombeando la vida que se esfuerza por ocultar. Que sigo aquí después de los golpes, que las fracturas no acabaron conmigo. Ni con ella, aunque el espejo no le diga lo bonita que está sin maquillaje (aunque no se crea lo bonita que es con o sin maquillaje).
La he visto desde dentro, desde el pecho, y más que a sangre, me he sabido a rotos.
Yo la he visto regalarme en cada polvo, en cada bar de carretera huyendo del pasado, en cada copa en cada `te quiero´ ; pero sobretodo en cada `quédate´, que esos desgarran el alma.
Hoy la he oído uno de esos `quédates´ que no se pronuncian con la garganta. He sentido en mi propia carne como se clavaban sus pisadas al cerrar la puerta. Ella también lo ha sentido, pero callada. 
Entonces nos hemos oído los gritos y abierto la piel a ver si el daño transpiraba, pero ese siempre se oculta. Incluso mucho más que yo cuando ella me viste de corazas.

sábado, 25 de julio de 2015

Desajuste emocional

Algunos lo llaman locura.
Otros, amor.
Yo en cambio, lo llamo de las mil formas posibles que existen para ni siquiera nombrarlo.
Para que mi lengua no acompañe al sonido de mis cuerdas vocales al pronunciar tu nombre.
Inexistencia, nada, vacío, carencia...
Hablo de ti con una maleta en un aeropuerto.
De ti en mi cama.
De ti cuando dejaste de ser él y empezaste a ser tú mismo.
Hablo de mi en las explicaciones que nunca di.
Y en aquellas que di de más.
De mi contigo. Pero sobretodo de ti sin mi y de mi sin ti.
Algunos lo llaman locura.
Otros, amor.
Yo en cambio, ni si quiera quiero llamarle por si acaso aparece. Y vuelve.
Sé que contigo nunca podré hablar de poesía.
Pero que hacerte el amor es como hacer poesía anatómicamente hablando bajo unas sábanas que nunca conocieron a Bécquer.
Tú no me prometes el mundo entero, pero sí darme la mano por las calles.
Y a mi la realidad me asusta.
Y me asustas cuando pienso que eres real y no una de mis inspiraciones.
Quizás por eso quiera huir. Quiera huir de quererte y de no hacerlo.
Pero freno ante la posibilidad de perder la claridad de todo lo que nunca supe, que aunque siga sin saber, sé que es contigo.
Contigo. De mi contigo.
Hablo de nosotros y del precipicio que suponen esas letras encadenadas a un significado conjunto.
Algunos lo llaman locura.
Otros, amor.
Yo en cambio, prefiero darte la mano por las calles.


martes, 14 de julio de 2015

El Martes también puede ser el principio de un adiós.

He visto como bajabas de ese autobús y te colocabas el pelo, sonreías aunque no era a mi.
Yo te miraba, te miraba como siempre, desde lejos, callando mucho más de lo que decía y sintiendo mucho más de lo que no callaba.
Y sin embargo, te fuiste.
Te fuiste como todos.
Y me volví a quedar sola en esa estación observándote de nuevo a lo lejos, esta vez no cómo llegabas, ahora se trataba de cómo te marchabas. Y eso, joder, eso duele más que mil sonrisas al descubierto, que mil paradas erróneas y que mil preguntas. Porque aunque nadie lo sepa, las preguntas también duelen, sobretodo cuando son de esas que te haces a ti mismo y te comen y te muerden y te pierden, te destrozan el pecho cuando su ausencia debería destrozarte el alma de tanto sentimiento.
Ahora déjame explicarte el por qué de tanta pregunta sin respuesta: mucho antes del comienzo se oyó un golpe, un destrozo. Era yo. La pieza que no encaja.
Ahora araña, raspa y hiere, son sus vértices los que desgarran y nunca se sacian de tanta herida abierta.
Y así te fuiste, sin reparar si quiera en que yo esperaba, yo te esperaba.
Te fuiste.
Entonces, salude a la angustia desde la otra acera, que pasaba, aún no sé si para quedarse, pero volvió, ella fue mi única compañía en la vuelta a casa.
Una llamada perdida que no contaba cómo te marchaste, quizás por eso ahora lo escribo. Quizás por eso es ahora cuando me pregunto si alguna vez la palabra error se ocultó en todo esto.
Las farolas iluminan mi trayecto y ni si quiera yo sé donde voy si tu presencia no marca mis pasos.
Y parece que ellos mismos están perdidos y deben encontrar mi propia sombra.
Te he visto irte calle abajo.
Te recuerdo de espaldas, con una camiseta roja intuyendo una sonrisa despreocupada mientras en mi pecho se clavaba la mirada que no me concediste y el aire se ennudaba en mis pulmones sin dejarme respirar.
He llamado final a un Martes sin equipajes, de ida ni de vuelta, que se descubre con un capítulo sin título donde solo se lee tu sombra entre líneas. De espaldas.
Es por eso que ahora llamo Martes a todos los fines de semana, pues me recuerdan algo a tu nombre sin el final de tus carcajadas y en el río donde se ahogaron todas tus promesas. Los martes me recuerdan el mismo nombre que olvido a la tercera copa cada fin de semana.
Aunque debo decir que es cuando olvido tu nombre, cuando tu sombra me acompaña.
Cada Martes fin de semana, recordándome una vez más cómo te marchabas.


jueves, 25 de junio de 2015

Los miedos también se visten de bandera roja.

Necesito escribir como quien necesita salir del agua a respirar, llevo demasiado tiempo aguantando la respiración sin ahogarme, pero lo cierto es que voy perdiendo el sentido ya y soy consciente de ello. Me asfixio pero ni si quiera puedo decir que es por ti ni por mi, ni por nadie. No es por nada. Y es, esa misma nada, la que me mata y me hunde, algo más al fondo cuando intento escapar de tanto mar, de tanto miedo y de tantas dudas. Mis pulmones me suplican tu oxígeno antes de dejar de escribirte.
Oí el disparo en el minuto cero pero me quedé muy quieta, con los músculos agarrotados sin poder moverlos en la línea roja que marcaba la salida. Mirando pasar el tiempo, pasarme a mí, a ti, mirando pasarnos sin cruzar palabra, como una película en replay. Y joder, perdona la metáfora, pero no hay accidente más trágico que volver a esculpir la herida una y otra vez, ni siquiera la falta de oxígeno se le asemeja.
Me he ahogado en mis propios miedos tantas veces como he querido quedarme sin respiración al besarte. Sin embargo, la huida siempre ha sido una de las primeras opciones en la lista para no mirarme en tus ojos. Y de repente, un día ya no volví a estar.
No me busques en el mar- te dejé escrito en esa estúpida nota. Ya no había miedos donde esconderse ni lugares donde ahogarse aunque aún escuchaba a mi propio pecho llamarte, acariciando las letras de tu nombre en cada latido.
Tú no sabes cuánto puede echarte de menos desde entonces.
Y sin quererlo he vuelto al mismo mar donde no encuentro tus ojos. Quizás debí decirme a mí misma que no sé nadar pero es que la lluvia también me calaba las ojeras, y los huesos, también me ahogaba en el silencio y al menos las olas ya se me hacían conocidas.
Llámalo cobardía o masoquismo.. no sé, llámalo como quieras, pero lo cierto es que he vuelto aquí, allí, al nada y al siempre y ahora, me ahogo. Te aviso.
Me ahogo...
Me asfixio...
Me pierdo...
Me duelo.
Y me hundo.

viernes, 19 de junio de 2015

Bonito destrozo, poeta.

Prefiero tener delante de mí un folio en blanco que cualquier ilusión rota.
Aquí construyo yo cada historia como me hubiese gustado construir el futuro que día a día se desvanece.
Las palabras no son sonrisas rotas, las letras no se componen de heridas que supuran con un nombre a distancias largas o cortas, la sintaxis no tiene calificaciones y los puntos decido yo si significan un espacio pausado o un final. Y cuando hay un final, no hay nada más. No vuelven los recuerdos ni te arrancan las alas que un día de niña supusiste tener.
Un folio en blanco no me contara todo aquello que soy o no soy capaz de hacer.
Nunca me dirá que nací para esto.
Aquí creo yo las historias, buenas o malas, historias que no mancharán de sangre los folios por operar a corazón abierto por muchas metáforas que haya, por mucho papel donde escribir o por muchos besos me robe la ausencia.
- Hay quien nace con estrella - te dicen.
Yo, en cambio, nací a secas.
Algunos preguntan por qué no lloras, otros sin embargo, ven llorarte el alma y entienden porque estás solo escribiendo mierdas que quizás nadie nunca llegue a leer, que puede que no importen demasiado en el mundo cotidiano, aquel programado y calificado en cada una de sus formas, aunque eso quizás es lo que buscas. Que no importe.
El silencio de una ausencia, una barra vacía y un nombre desconocido, a lo mejor es todo lo que pretendías encontrar aún sin saberlo. Pasar para no quedarte y buscarte habiéndote perdido hace ya algunos años.
No recuerdo ni mi propio nombre. Y así es mucho más sencillo no odiarse a sí mismo. No dolerse de otros ni saberse de más.
He empezado, borrado, escrito, tachado y vuelto a empezar tantas veces que no sé contar una historia sino es a medias, y es así como siento el pecho, a medias. A medias tintas y a medias letras, a medias historias y a medias todo aquello que un día soñé de pequeña.
Incluso las propias medias las quería rotas por tus manos y hoy están intactas. Del corazón en cambio, no puede decirse lo mismo. Que si he de nombrarle sea para la defensa de sus corazas que no viste de oro ni de plata por lucirse, sino para sujetar los destrozos que se despedazan.
Las vísceras están infectadas de todo aquello que siempre me han contado y yo prefiero escuchar cuentos por las noches que de día el sol engaña y no hay bocas de lobo tan iluminadas como para creer en fantasías.
Si tengo que creerte que sea de noche, y si tengo que asumirte, que sea a través de un folio en blanco, donde sea yo quien decida cuanto duele el fracaso.





domingo, 10 de mayo de 2015

"Ella". Diario anónimo de ilusiones rotas.

Dos días después ya no había nada.
Cogía el metro a las tres y eran menos cinco. Podía ver el cartel en el que se cambiaban los minutos hasta que llegase y preocupada miraba el reloj mientras se apartaba el pelo de la cara y lo recogía detrás de su oreja.
Estaba en Madrid, como siempre.
(Como nunca cuando la buscaban).
Ella era experta en destrozar todo lo que su ilusión tocaba, por eso llevaba tacones.
Le gustaba caminar bajo la lluvia, y al salir del metro, comenzó a llover. Era uno de esos días grises en los que contaba a la horas como le quedaría una sonrisa en la cara. Pero no le gustaba regalarla. La sonrisa digo, su corazón, al contrario, lo regalaba al primero que le ofrecía una sonrisa.
Era una chica de contradicciones y sin duda si alguien se hubiera metido en su cabeza, al menos durante cinco minutos, no hubiese temido ninguna guerra.
Las gotas ya incluso le mojaban el rostro, tenía la ropa calada y ningún gesto en la cara. Por dentro parecía alguna de esas supervivientes de alguna catástrofe mundial, mutilada, destrozada, no alzaba la cara para que no mirasen las cicatrices que ocultaban su belleza, el pecho en cambio, lo llevaba al descubierto pero lleno de astillas. Ella, lucía intacta.
Seguía caminando, pero no tenía ni puta idea de su destino, (como de nada de lo que había hecho hasta entonces). Solía decir que le gustaba improvisar, pero no era más que una excusa barata para justificar todas sus equivocaciones.
Estaba sola, joder, sola. Pero no le gustaban los abrazos.
Estaba loca, joder, loca. Pero se disfrazaba de cordura.
Era preciosa, joder, preciosa. Pero ni ella misma lo veía.
A veces alguien se acercaba y la piropeaba, pero tras cinco minutos se iba.
Ella ya no espera que nadie llegue, no esperaba que nadie se quedara, no esperaba ni si quiera que llegaran las cuatro. Pero llegaron.
Entonces lo entendió, no necesitaba estar loca, ni sola, ni ser preciosa, no necesitaba tener contradicciones, ni vestir de orgullo sus corazas para sentirse rota.
Dos días después ya no había nada.


viernes, 8 de mayo de 2015

Bajo el mismo cielo, primavera.

Tenía voz herida y ojos tristes, pero todo era pura apariencia.
Parece que llueve y estamos a Mayo.
Nunca tus ve(r)sos me habían sabido tan a poco.
Tan a ti.
La primavera tiembla ante tu sonrisa pero ni si quiera la ve. Yo en cambio, sueño con estar en cualquier aeropuerto que me recuerde el corazón que perdí en una de las huellas de aquel cielo que decidiste ocultar bajo tus lunares. Y ahora llora.
Ya no te ve, ni te recuerda.
Solo a veces.
Cuando el cielo la llora como hoy y aúlla todo lo que la noche quería susurrarte bajo unas sábanas.
Hace dos meses soñaba con tu encuentro y hoy sueño con como recordar la inicial que llevaba tu nombre.
A veces me sorprendo.
Entonces llega él a descolocar todas las heridas cuyas coordenadas me dolía de memoria. Y ya no encuentro excusas aunque siempre existe un "pero", y supongo que ese sigo siendo yo. O tú, o él, o ella o esa necesidad mía de echar de menos y querer de más.
Se sienta en la azotea y mira contemplar el cielo que le lloraba a él y me pregunta qué tal me ha ido el día.
Entonces sonríe.
Yo lo observo y me pregunto si se quedara ahí, mirándome. Me callo.
Él no tiene el pelo oscuro, ni sus pecas en la nariz, el habla sin acento y su voz enmudece hasta las golondrinas que vuelan en el mismo cielo que hacía meses se encontraba en paradero desconocido por su huida, a kilómetros pactados. Él no es mi tipo, ni el de las golondrinas ni el del cielo, pero hasta el sol sale a su encuentro. Él no es ningún tipo, él. No debería estar hablando de él sino de la primavera, pero cómo contar que ha llegado la primavera, si la ha traído él de la mano.

jueves, 30 de abril de 2015

El escondite

          Uno, dos, tres...
He cerrado los ojos y te has ido.
          Cuatro, cinco, seis...
Y no apareces.
          Siete, ocho, nueve...
Tengo que encontrarte.
          Diez, once, doce...
Y sigo contando mis fracasos.
Sigo contándote las pecas que acortan la distancia entre mi pecho y mi duelo.
Sigo contando los minutos en los que contengo la respiración cuando es tu voz.
Y las palabras cuando se trata de probar todo lo que tu lengua engaña.
         Trece oigo ya.
Entonces suena la misma canción que hablaba de tu huida.
La misma con la que apartabas el pelo de mi cara cuando nada de esto existía.
La misma canción sobre el eco de los silencios rotos que tarareabas en mis noches.
        Catorce, quince...
Y sigo sin encontrarme.
Te busco entre las faldas de aquella rubia con los ojos de cielo, de las banderas que cuentan la historia de las cicatrices de tu cuerpo.
Y cuento.
Cuento la historia de como caperucita se comió al lobo y la de los ángeles que han muerto al descubrir el ave carroñera que se esconde bajo tu piel.
       Dieciseis, diecisiete...
Ahora corro.
Oigo a la niña contando por tu búsqueda como el aullido ahogado de aquella yo que dejé en recuerdo.

Llevo dieciocho años buscándote,
                           pero tú ya te has perdido.


sábado, 18 de abril de 2015

Ni echarte de menos, ni echarte.

Hoy todos mis huesos me saben a ti.
Se articulan con tu nombre y me piden a gritos que te sueñe una vez más.
La última.
Ellos se encargaran de recordar tu tacto por debajo de la piel al levantar la herida que supura.
Ya solo me produce escalofríos el recordar tus dedos recorrerme los huesos.
Empaparé la herida de tanto alcohol como sea necesario para escueza, para que, tú sobrio y yo ebría, nos quedemos en nada.
Fue un jodido hijo de puta- alega mi razón
Y mis sentidos le responden- un hijo de puta al que echas de menos querer.
Ellos que cooperan en mi primera tortura, ni siquiera me dan la palabra si se trata de tu nombre.
Y siempre se trata de tu nombre.
Hoy todos los atentados en mi contra empiezan por tu boca y terminan en mi estómago y, sin darme cuenta ya estoy en la lista de contactos.
(Se abre).
Voy descendiendo por el abecedario.
(Supura).
Y ya voy por la M.
(Escuece).
(Y me detengo presa del pánico de que sangre).
Llego a tu nombre.
Y.
Nada.
Solo estás tú con ese traje precioso que te convierte en el caballero que nunca has sido. Aunque he de reconocer que estas realmente guapo con ese traje.
Entonces
                                                                                                                       vuelve a doler.

sábado, 14 de marzo de 2015

Mi más sentido 'Bésame'

He cargado una pistola con dos balas.
Una moneda en la mano:
- Cara o cruz
Y seguía planteándome que sería dar la cara a tanto destrozo y cual la cruz de tanto dolor.
- Cara o cruz - me repetía.
Y la otra mano armada, en cambio el valor se quedó a kilómetros en alguna de esas playas.
Dos disparos, dos balas, dos personas y un corazón.
Porque a veces lo diferente no choca, encaja.
La mejor forma de morir no es por una bala, es de un polvo y sin tocarme tú ya me has roto.
La gente dice que el amor consiste en entregar una pistola cargada a la otra persona arriesgándose a ser disparada. Yo hoy les diría a esas personas que tú no necesitas balas, que soy yo quien las guarda en la recamara, y aún te espero.
- Cara o cruz
Ya solo oigo las agujas de reloj a cada paso, el tiempo se agota y las heridas se abren.
- Dispara
Y me herí a mí misma. Pero ¿sabes cual es la putada?
Que la mejor forma de morir no es de un disparo, es de un polvo y yo sigo esperándote en la misma habitación.
Acaba lo que ya has empezado, mi más sentido Bésame.

viernes, 6 de febrero de 2015

Herido diario


Hoy no te escribo bajo los efectos de ninguna droga etílica lo suficiente fuerte como para perder la consciencia de todas las putas incoherencias que escribo bajo su nombre. Las arrastro y las escondo debajo de sus letras (como quien esconde la basura debajo de la cama) para que él, siempre implecable, reluzca por encima de todo.
Hace media hora que se fue a dormir y yo sigo aquí, presa del pánico, de los gritos del olvido detrás de mis oídos. Creo que se han convertido en las voces de todo cuanto temo, y más a las dos de la mañana en una cama vacía.
- No es la intensidad, es la frecuencia.
Y miro mis destrozos. Él, parece en calma.
Me he cosido los duelos al pecho para ocultar la verdadera agonía de dentro, que no es la suya ni la de tantos otros cuyos pedazos tengo marcados de dentro a fuera y de fuera a dentro. Ahora es la nostalgia, ahora y siempre ha sido ella aunque su nombre se esconda detrás de cada nuevo desconocido que trascruzo a primera mirada (que las vistas son cortas para medir el alma). Ellos son ella y ella es cada uno de estos nuevos astillados retablos de los que se compone mi cuerpo.
- Debiste dejarlo.
Y lo sabía, herido diario, lo sabía, pero para entonces su acento se había acomodado ya en mis oídos, el dolor estaba hundido entre las costillas que arañaban las posibilidades de que no fuera un sueño y yo, yo me perdía.
He fracasado tantas veces como he prometido olvidarle y eso, duele más que cualquier engaño. Que fingirle y fingirme esperando pasar los días hasta que haya uno en el que no sangre. Que quererle y dejar de quererme porque mi corazón no entiende de partidas. Eso, duele casi tanto como escribirte a ti cuanto le echo de menos, herido diario.
                                           

viernes, 30 de enero de 2015

Bipolaridad y otros transtornos provocados por tu nombre

Creo que ya dije suficiente sobre todo lo que nunca debí haber dicho.
No eres tú, soy yo.
Es la puta imperfección de tu sonrisa cuando nunca ninguna fue tan perfecta.
Y es curioso, pero aún te oigo.
Y es destructivo, pero aún te echo de menos.

Nunca un café tuvo mejores recursos poéticos para olvidarnos del "todo" que nunca formulamos.
Ni un amanecer me habló del daltonismo de tu ausencia.
En el armario aún se sostienen las perchas de un verano que creo que debí soñar alguna de estas noches.
Te he colgado hasta sacar la ropa de primavera porque Diciembre es demasiado frío para encontrarnos a solas.

Aún sigo durmiendo, pero no me despierto.
Creo que el reloj se ha parado o la puta alarma del móvil no ha vuelto a sonar pero, no me despierto.
No sé en qué mes estamos, ni si quiera qué día.Y no me importa.
Puede que ya hayamos parado pero no me encuentro.
Me busco, pero no me veo.
Ya no entiendo.
Supongo que porque no me leo en las cicatrices de tu cuerpo.
(Aún no sé si tienes cicatrices, pero si las tienes, deben ser preciosas)

He mirado una cerveza y no he tenido ganas de beber.
La cordura reinaba en la incoherencia y tú no estabas detrás de la barra. Tampoco en mi cabeza como algo que debía reemplazar por resaca. Ella era mi mejor recurso poético para deslenguarte todo cuanto ahogaba.
Has perdido todos mis sentidos los cinco los seis o los dieciocho necesarios para quererte y hacerte el amor a la vez. y ahora...

No te veo. No me veo. No te quiero. Te quiero. Me pierdo. No me encuentro. No me despierto.

Las cosas carecen de motivos rebosadas de sentidos que exhuman tu nombre, y tengo la autopsia de mis órganos internos declarándote culpable.
Motivo de la muerte: la necesidad de ti.
La esquela remarca el día en que decidiste marcharte.
Y a veces, duele.
Creo que alguno de estos días al fin me encuentro.
Y me veo.
Y me despierto.
Y entiendo que para tu olvido era necesario todo esto.