martes, 14 de julio de 2015

El Martes también puede ser el principio de un adiós.

He visto como bajabas de ese autobús y te colocabas el pelo, sonreías aunque no era a mi.
Yo te miraba, te miraba como siempre, desde lejos, callando mucho más de lo que decía y sintiendo mucho más de lo que no callaba.
Y sin embargo, te fuiste.
Te fuiste como todos.
Y me volví a quedar sola en esa estación observándote de nuevo a lo lejos, esta vez no cómo llegabas, ahora se trataba de cómo te marchabas. Y eso, joder, eso duele más que mil sonrisas al descubierto, que mil paradas erróneas y que mil preguntas. Porque aunque nadie lo sepa, las preguntas también duelen, sobretodo cuando son de esas que te haces a ti mismo y te comen y te muerden y te pierden, te destrozan el pecho cuando su ausencia debería destrozarte el alma de tanto sentimiento.
Ahora déjame explicarte el por qué de tanta pregunta sin respuesta: mucho antes del comienzo se oyó un golpe, un destrozo. Era yo. La pieza que no encaja.
Ahora araña, raspa y hiere, son sus vértices los que desgarran y nunca se sacian de tanta herida abierta.
Y así te fuiste, sin reparar si quiera en que yo esperaba, yo te esperaba.
Te fuiste.
Entonces, salude a la angustia desde la otra acera, que pasaba, aún no sé si para quedarse, pero volvió, ella fue mi única compañía en la vuelta a casa.
Una llamada perdida que no contaba cómo te marchaste, quizás por eso ahora lo escribo. Quizás por eso es ahora cuando me pregunto si alguna vez la palabra error se ocultó en todo esto.
Las farolas iluminan mi trayecto y ni si quiera yo sé donde voy si tu presencia no marca mis pasos.
Y parece que ellos mismos están perdidos y deben encontrar mi propia sombra.
Te he visto irte calle abajo.
Te recuerdo de espaldas, con una camiseta roja intuyendo una sonrisa despreocupada mientras en mi pecho se clavaba la mirada que no me concediste y el aire se ennudaba en mis pulmones sin dejarme respirar.
He llamado final a un Martes sin equipajes, de ida ni de vuelta, que se descubre con un capítulo sin título donde solo se lee tu sombra entre líneas. De espaldas.
Es por eso que ahora llamo Martes a todos los fines de semana, pues me recuerdan algo a tu nombre sin el final de tus carcajadas y en el río donde se ahogaron todas tus promesas. Los martes me recuerdan el mismo nombre que olvido a la tercera copa cada fin de semana.
Aunque debo decir que es cuando olvido tu nombre, cuando tu sombra me acompaña.
Cada Martes fin de semana, recordándome una vez más cómo te marchabas.


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