viernes, 6 de febrero de 2015

Herido diario


Hoy no te escribo bajo los efectos de ninguna droga etílica lo suficiente fuerte como para perder la consciencia de todas las putas incoherencias que escribo bajo su nombre. Las arrastro y las escondo debajo de sus letras (como quien esconde la basura debajo de la cama) para que él, siempre implecable, reluzca por encima de todo.
Hace media hora que se fue a dormir y yo sigo aquí, presa del pánico, de los gritos del olvido detrás de mis oídos. Creo que se han convertido en las voces de todo cuanto temo, y más a las dos de la mañana en una cama vacía.
- No es la intensidad, es la frecuencia.
Y miro mis destrozos. Él, parece en calma.
Me he cosido los duelos al pecho para ocultar la verdadera agonía de dentro, que no es la suya ni la de tantos otros cuyos pedazos tengo marcados de dentro a fuera y de fuera a dentro. Ahora es la nostalgia, ahora y siempre ha sido ella aunque su nombre se esconda detrás de cada nuevo desconocido que trascruzo a primera mirada (que las vistas son cortas para medir el alma). Ellos son ella y ella es cada uno de estos nuevos astillados retablos de los que se compone mi cuerpo.
- Debiste dejarlo.
Y lo sabía, herido diario, lo sabía, pero para entonces su acento se había acomodado ya en mis oídos, el dolor estaba hundido entre las costillas que arañaban las posibilidades de que no fuera un sueño y yo, yo me perdía.
He fracasado tantas veces como he prometido olvidarle y eso, duele más que cualquier engaño. Que fingirle y fingirme esperando pasar los días hasta que haya uno en el que no sangre. Que quererle y dejar de quererme porque mi corazón no entiende de partidas. Eso, duele casi tanto como escribirte a ti cuanto le echo de menos, herido diario.