viernes, 8 de mayo de 2015

Bajo el mismo cielo, primavera.

Tenía voz herida y ojos tristes, pero todo era pura apariencia.
Parece que llueve y estamos a Mayo.
Nunca tus ve(r)sos me habían sabido tan a poco.
Tan a ti.
La primavera tiembla ante tu sonrisa pero ni si quiera la ve. Yo en cambio, sueño con estar en cualquier aeropuerto que me recuerde el corazón que perdí en una de las huellas de aquel cielo que decidiste ocultar bajo tus lunares. Y ahora llora.
Ya no te ve, ni te recuerda.
Solo a veces.
Cuando el cielo la llora como hoy y aúlla todo lo que la noche quería susurrarte bajo unas sábanas.
Hace dos meses soñaba con tu encuentro y hoy sueño con como recordar la inicial que llevaba tu nombre.
A veces me sorprendo.
Entonces llega él a descolocar todas las heridas cuyas coordenadas me dolía de memoria. Y ya no encuentro excusas aunque siempre existe un "pero", y supongo que ese sigo siendo yo. O tú, o él, o ella o esa necesidad mía de echar de menos y querer de más.
Se sienta en la azotea y mira contemplar el cielo que le lloraba a él y me pregunta qué tal me ha ido el día.
Entonces sonríe.
Yo lo observo y me pregunto si se quedara ahí, mirándome. Me callo.
Él no tiene el pelo oscuro, ni sus pecas en la nariz, el habla sin acento y su voz enmudece hasta las golondrinas que vuelan en el mismo cielo que hacía meses se encontraba en paradero desconocido por su huida, a kilómetros pactados. Él no es mi tipo, ni el de las golondrinas ni el del cielo, pero hasta el sol sale a su encuentro. Él no es ningún tipo, él. No debería estar hablando de él sino de la primavera, pero cómo contar que ha llegado la primavera, si la ha traído él de la mano.

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