domingo, 10 de mayo de 2015

"Ella". Diario anónimo de ilusiones rotas.

Dos días después ya no había nada.
Cogía el metro a las tres y eran menos cinco. Podía ver el cartel en el que se cambiaban los minutos hasta que llegase y preocupada miraba el reloj mientras se apartaba el pelo de la cara y lo recogía detrás de su oreja.
Estaba en Madrid, como siempre.
(Como nunca cuando la buscaban).
Ella era experta en destrozar todo lo que su ilusión tocaba, por eso llevaba tacones.
Le gustaba caminar bajo la lluvia, y al salir del metro, comenzó a llover. Era uno de esos días grises en los que contaba a la horas como le quedaría una sonrisa en la cara. Pero no le gustaba regalarla. La sonrisa digo, su corazón, al contrario, lo regalaba al primero que le ofrecía una sonrisa.
Era una chica de contradicciones y sin duda si alguien se hubiera metido en su cabeza, al menos durante cinco minutos, no hubiese temido ninguna guerra.
Las gotas ya incluso le mojaban el rostro, tenía la ropa calada y ningún gesto en la cara. Por dentro parecía alguna de esas supervivientes de alguna catástrofe mundial, mutilada, destrozada, no alzaba la cara para que no mirasen las cicatrices que ocultaban su belleza, el pecho en cambio, lo llevaba al descubierto pero lleno de astillas. Ella, lucía intacta.
Seguía caminando, pero no tenía ni puta idea de su destino, (como de nada de lo que había hecho hasta entonces). Solía decir que le gustaba improvisar, pero no era más que una excusa barata para justificar todas sus equivocaciones.
Estaba sola, joder, sola. Pero no le gustaban los abrazos.
Estaba loca, joder, loca. Pero se disfrazaba de cordura.
Era preciosa, joder, preciosa. Pero ni ella misma lo veía.
A veces alguien se acercaba y la piropeaba, pero tras cinco minutos se iba.
Ella ya no espera que nadie llegue, no esperaba que nadie se quedara, no esperaba ni si quiera que llegaran las cuatro. Pero llegaron.
Entonces lo entendió, no necesitaba estar loca, ni sola, ni ser preciosa, no necesitaba tener contradicciones, ni vestir de orgullo sus corazas para sentirse rota.
Dos días después ya no había nada.


viernes, 8 de mayo de 2015

Bajo el mismo cielo, primavera.

Tenía voz herida y ojos tristes, pero todo era pura apariencia.
Parece que llueve y estamos a Mayo.
Nunca tus ve(r)sos me habían sabido tan a poco.
Tan a ti.
La primavera tiembla ante tu sonrisa pero ni si quiera la ve. Yo en cambio, sueño con estar en cualquier aeropuerto que me recuerde el corazón que perdí en una de las huellas de aquel cielo que decidiste ocultar bajo tus lunares. Y ahora llora.
Ya no te ve, ni te recuerda.
Solo a veces.
Cuando el cielo la llora como hoy y aúlla todo lo que la noche quería susurrarte bajo unas sábanas.
Hace dos meses soñaba con tu encuentro y hoy sueño con como recordar la inicial que llevaba tu nombre.
A veces me sorprendo.
Entonces llega él a descolocar todas las heridas cuyas coordenadas me dolía de memoria. Y ya no encuentro excusas aunque siempre existe un "pero", y supongo que ese sigo siendo yo. O tú, o él, o ella o esa necesidad mía de echar de menos y querer de más.
Se sienta en la azotea y mira contemplar el cielo que le lloraba a él y me pregunta qué tal me ha ido el día.
Entonces sonríe.
Yo lo observo y me pregunto si se quedara ahí, mirándome. Me callo.
Él no tiene el pelo oscuro, ni sus pecas en la nariz, el habla sin acento y su voz enmudece hasta las golondrinas que vuelan en el mismo cielo que hacía meses se encontraba en paradero desconocido por su huida, a kilómetros pactados. Él no es mi tipo, ni el de las golondrinas ni el del cielo, pero hasta el sol sale a su encuentro. Él no es ningún tipo, él. No debería estar hablando de él sino de la primavera, pero cómo contar que ha llegado la primavera, si la ha traído él de la mano.