sábado, 8 de agosto de 2015

Déjale hablar al corazón. Ella.

La he visto abrirse las costuras en una cama, con la misma facilidad que se abrió de piernas al intuir su nombre en un futuro reciente algo estable. A punto de llegar al orgasmo de tanto dolor. 
Él, sin embargo, desconocía sus heridas así como su nombre.

`El desconocimiento es la base de la felicidad´ le susurraba al oído ella cada vez que le preguntaba sobre su pasado. Luego le mordía la oreja y acababan desnudos en el suelo.

Entonces yo me preguntaba qué tan vacía estaba ella, pero tampoco respondía. Y eso justo, el silencio, me hablaba de que el dolor estaba dentro. 
La he visto ponerse los tacones y pintarse los labios de carmín. Él, ni si quiera se daba cuenta de que intentaba ocultar las cicatrices de todos los besos afilados que un día le robaron. 
Caminaba por inercia pisando las alcantarillas para dejar constancia que no podía caer más bajo. Que lo de perderse a sí misma era un trabajo con sus medidas, ni noventa-sesenta-noventa ni chorradas. Su nombre. Ella.
Yo la he visto mirarse en un espejo y taparse la cara con el pelo en uno de sus ataques de rabia, he visto sus lágrimas y como se perdía para no encontrarse. Para no mirarse frente a un espejo.
Hubiera matado por decirle que era yo y no el chico de las cartas o aquel otro bailarín, que no era el que conoció aquella noche de verano ni ese otro de las promesas. Que ellos nunca existieron. Ni ellos ni su puta madre. 
Que me tiene a mi aunque no lo sepa, aunque no lo vea, aunque no se vea ni se encuentre ella.
Que me tiene a mí clavado en el pecho y bombeando la vida que se esfuerza por ocultar. Que sigo aquí después de los golpes, que las fracturas no acabaron conmigo. Ni con ella, aunque el espejo no le diga lo bonita que está sin maquillaje (aunque no se crea lo bonita que es con o sin maquillaje).
La he visto desde dentro, desde el pecho, y más que a sangre, me he sabido a rotos.
Yo la he visto regalarme en cada polvo, en cada bar de carretera huyendo del pasado, en cada copa en cada `te quiero´ ; pero sobretodo en cada `quédate´, que esos desgarran el alma.
Hoy la he oído uno de esos `quédates´ que no se pronuncian con la garganta. He sentido en mi propia carne como se clavaban sus pisadas al cerrar la puerta. Ella también lo ha sentido, pero callada. 
Entonces nos hemos oído los gritos y abierto la piel a ver si el daño transpiraba, pero ese siempre se oculta. Incluso mucho más que yo cuando ella me viste de corazas.