sábado, 25 de julio de 2015

Desajuste emocional

Algunos lo llaman locura.
Otros, amor.
Yo en cambio, lo llamo de las mil formas posibles que existen para ni siquiera nombrarlo.
Para que mi lengua no acompañe al sonido de mis cuerdas vocales al pronunciar tu nombre.
Inexistencia, nada, vacío, carencia...
Hablo de ti con una maleta en un aeropuerto.
De ti en mi cama.
De ti cuando dejaste de ser él y empezaste a ser tú mismo.
Hablo de mi en las explicaciones que nunca di.
Y en aquellas que di de más.
De mi contigo. Pero sobretodo de ti sin mi y de mi sin ti.
Algunos lo llaman locura.
Otros, amor.
Yo en cambio, ni si quiera quiero llamarle por si acaso aparece. Y vuelve.
Sé que contigo nunca podré hablar de poesía.
Pero que hacerte el amor es como hacer poesía anatómicamente hablando bajo unas sábanas que nunca conocieron a Bécquer.
Tú no me prometes el mundo entero, pero sí darme la mano por las calles.
Y a mi la realidad me asusta.
Y me asustas cuando pienso que eres real y no una de mis inspiraciones.
Quizás por eso quiera huir. Quiera huir de quererte y de no hacerlo.
Pero freno ante la posibilidad de perder la claridad de todo lo que nunca supe, que aunque siga sin saber, sé que es contigo.
Contigo. De mi contigo.
Hablo de nosotros y del precipicio que suponen esas letras encadenadas a un significado conjunto.
Algunos lo llaman locura.
Otros, amor.
Yo en cambio, prefiero darte la mano por las calles.


martes, 14 de julio de 2015

El Martes también puede ser el principio de un adiós.

He visto como bajabas de ese autobús y te colocabas el pelo, sonreías aunque no era a mi.
Yo te miraba, te miraba como siempre, desde lejos, callando mucho más de lo que decía y sintiendo mucho más de lo que no callaba.
Y sin embargo, te fuiste.
Te fuiste como todos.
Y me volví a quedar sola en esa estación observándote de nuevo a lo lejos, esta vez no cómo llegabas, ahora se trataba de cómo te marchabas. Y eso, joder, eso duele más que mil sonrisas al descubierto, que mil paradas erróneas y que mil preguntas. Porque aunque nadie lo sepa, las preguntas también duelen, sobretodo cuando son de esas que te haces a ti mismo y te comen y te muerden y te pierden, te destrozan el pecho cuando su ausencia debería destrozarte el alma de tanto sentimiento.
Ahora déjame explicarte el por qué de tanta pregunta sin respuesta: mucho antes del comienzo se oyó un golpe, un destrozo. Era yo. La pieza que no encaja.
Ahora araña, raspa y hiere, son sus vértices los que desgarran y nunca se sacian de tanta herida abierta.
Y así te fuiste, sin reparar si quiera en que yo esperaba, yo te esperaba.
Te fuiste.
Entonces, salude a la angustia desde la otra acera, que pasaba, aún no sé si para quedarse, pero volvió, ella fue mi única compañía en la vuelta a casa.
Una llamada perdida que no contaba cómo te marchaste, quizás por eso ahora lo escribo. Quizás por eso es ahora cuando me pregunto si alguna vez la palabra error se ocultó en todo esto.
Las farolas iluminan mi trayecto y ni si quiera yo sé donde voy si tu presencia no marca mis pasos.
Y parece que ellos mismos están perdidos y deben encontrar mi propia sombra.
Te he visto irte calle abajo.
Te recuerdo de espaldas, con una camiseta roja intuyendo una sonrisa despreocupada mientras en mi pecho se clavaba la mirada que no me concediste y el aire se ennudaba en mis pulmones sin dejarme respirar.
He llamado final a un Martes sin equipajes, de ida ni de vuelta, que se descubre con un capítulo sin título donde solo se lee tu sombra entre líneas. De espaldas.
Es por eso que ahora llamo Martes a todos los fines de semana, pues me recuerdan algo a tu nombre sin el final de tus carcajadas y en el río donde se ahogaron todas tus promesas. Los martes me recuerdan el mismo nombre que olvido a la tercera copa cada fin de semana.
Aunque debo decir que es cuando olvido tu nombre, cuando tu sombra me acompaña.
Cada Martes fin de semana, recordándome una vez más cómo te marchabas.