domingo, 6 de diciembre de 2015

Perdona, pero te quiero.

Debía haberte hablado de la hipocresía de mis palabras cuando no quieren decir nada acerca de su significado.
Debía seguir eludiendo sentimientos y engañándome a mi misma  para no sentir ni el cómo ni el cuánto de lo que te quiero.
Debía haberte contado que no me gustan los peluches, ni el espacio, ni el silencio.
Pero déjame ahora tener cinco minutos a solas con tu pecho.
Anoche no pude contarle cuánto le echo de menos al despertar de ese mal sueño que trata de tu ausencia.

Tuvimos poco tiempo y muchos miedos.
Escribir siempre ha sido mi forma más valiente de reconocer cuanto se ahoga en mi garganta.
Te quiero.
Y no sé que es peor, si que a veces me guste más creerme tuya que saberme mía o intentar huir siempre que soy consciente de ello.
He repasado tu sonrisa en mi cabeza, cada surco de tu cuerpo y las protuberancias que conforma tu piel en cada roce. 
Me he aprendido de memoria tu sonrisa y siento si la mía depende de no tener que memorizarla.
Me he encontrado en cada pliegue de tus brazos cuando me han sostenido junto a ti, en cada abrazo, en cada caricia y en cada beso. 
Nunca me había visto tan real.
Perdona entonces que ahora no quiera soltarte. 
Es egoísta por mi parte privar al mundo del olor de tu pelo y de la inocencia que se esconde en tu mirada.
Nunca te he hablado de tus ojos y del salvavidas que supone ver mi reflejo en ellos.
De imaginarte en el mar y escuchar tus carcajadas de eco compitiendo con el sonido de las propias olas.
De imaginarte en futuro y creerte conmigo.
De tenerme miedo a mi misma, a la cordura y a la nada. 
De ser esa muñeca movida por los hilos de cada uno de tus movimientos.
De sincronizar mi respiración a la tuya por si me ahogo si deja de ser tu oxígeno el que entra en mis pulmones.
Debía haberte dicho que te quería, pero no por ti, ni por nosotros, que te quería por mi mima.
Y que dolía.
Perdona sin embargo, ocultarte el plan de cómo hacerme con tu corazón, pretendiendo así ser una parte de ti.
De despertenecernos a partes iguales.
Perdona entonces el silencio de todo cuando debí haberte contado.

Debía haberte explicado que no todo lo que decía era real.
Las veces que quise huir de no saber quererte cuando no tuviera cómo hacerlo.
Debía haberte contado el miedo que me provocaba tu toma de control a tierra y las rutinas.
La contradicción del querer ser, al sentir cuanto siento.
Debía haberte hablado de mi intento frustrado de verme sin ti y de que mi equilibrio no radicara en los argumentos que sostienes para mantenerte a mi lado.
De cuanto espero a que de repente no seas tú y seas uno más.
De la incógnita que supone la espera a que cualquier día de estos desaparezcas.


Entonces vuelve tu pecho y me alivia las penas.
Me calienta los miedos y se tatúa mi nombre a saliva lenta.
Y te siento mío.
Quizás no como debiera.
Quizás ni siquiera como quieres, pero lo suficiente como para oír mi corazón en tu pecho.